martes, 10 de enero de 2012
Nicas en el mundo
Posted by Perro Gemelo | martes, 10 de enero de 2012 | Category:
bicicleta de montaña,
Camino de Santiago,
Nicaragua,
nicaragüenses
|
Nicas en el mundo
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Hace unos seis
años hice mi primera gran ruta en bicicleta de montaña. Hacía poco había
comprado mi primera bicicleta de calidad, y se me ocurrió que durante el mes de
vacaciones de verano podía hacer una ruta difícil, de esas que lo dejan a uno
con el pecho encendido porque da la sensación de haber realizado una gran
hazaña. Me decidí por una de las rutas del Camino de Santiago, la ruta denominada
Camino Francés para ser más exacto, pero debido al poco tiempo que tenía para
hacerla, solamente planifiqué la parte que discurre en territorio español. Esa
parte va desde un pueblo que se llama Roncesvalles, emplazado cerca de la ciudad
de Pamplona (la de los San Fermines) y finaliza en Santiago de Compostela, como
todas las rutas. La senda pasa por varias comunidades españolas, siendo las ciudades
que más le sonarán al lector Pamplona (ya mencionada), Burgos (mencionada en los
cantares del Cid), León (importantísimo enclave romano), Ponferrada (fortaleza
de la orden de los Templarios) y otros lugares menos conocidos pero importantísimos
integrantes de la ruta.
El día que
quiero recordar estaba siendo durísimo: tocaba subir un par de montes con un
desnivel acumulado de unos seiscientos metros y encima nos estaba cayendo una
fina garúa desde que amaneció. A causa del sudor y del esfuerzo había rebajado
dos kilos en una sola mañana. Al mediodía hice un descanso para comer y
calentarme en un pueblo llamado Riego de Ambrós, y en él compartí mesa con un
señor octogenario que hacía la ruta andando. Tuve una agradable conversación
con él, no sólo por lo amable que resultó ser, sino porque era de origen
canario y el deje en su pronunciación de las palabras en mucho se parecía a
nuestra queridísimo hablar nicaragüense. Me comentó que ya había hecho la ruta
varias veces y que se conocía de memoria el camino, los albergues, los
restaurantes, y que si ese día quería descansar bien para reponer fuerzas, que
intentara llegar hasta el albergue que quedaba después de pasar el monte de la
Cruz de Ferro, a unos dieciocho kilómetros de dónde estábamos, porque era de
los mejores que iba a encontrar. Al terminar de comer nos despedimos, le prometí
que llegaría al lugar costase lo que costase, pero al comenzar a pedalear
comprendí que había cometido un gran error al prometer algo así, pues comprobé
que aún tenía por delante un desnivel acumulado de unos quinientos metros.
Demás está
decir que me costó sangre llegar hasta el albergue que me propuse (uno llamado Foncebadón):
iba siempre subiendo, subiendo, y siempre la garúa cayéndome encima como si
fuese una condena. Rebajé otro kilo en ese corto trayecto y ya empezaba a
preocuparme. Al llegar al albergue, reventado literalmente, lo primero que hice
fue darme una larguísima ducha con agua caliente, y luego bajé a la cocina a
preparar una sopa de pescado y marisco que me levantase la moral y el alama de
los suelos: camarones, calamares, mejillones, un par de tenazas de cangrejo, troncos
de merluza y guisantes.
Y estaba
yo removiendo mi sopa junto a la cocina de gas, de vez en cuando me daba
masajes en las piernas y en las muñecas para mitigar el dolor, y pensaba en lo
difícil que había sido la ruta, en que pocas personas de las que conocía se
atreverían a hacerla porque definitivamente ésta era sólo para alguien con un
coraje excepcional. Y pensando, pensando, se me ocurrió que yo podía ser el
primer nicaragüense que hacía la ruta y pasaba por ese albergue. Vaya subidón
el que me dio. Allí mismo decidí que le pediría a los administradores del
albergue que me mostraran el libro de visitas para verificar si alguna vez en
los últimos veinte años un compatriota mío había puesto los pies allí.
Emocionado
ante esa posibilidad seguí removiendo mi sopa, pensando en mi autenticidad y
sobándome las articulaciones, cuando escuché que en una mesa de la cocina, compartida
por una pareja de ancianos y un hombre de unos cuarenta años, mencionaban
nuestra capital Managua.
Para no
cansar el cuento diré que el hombre que acompañaba a los ancianos era
compatriota, de Managua, y según me explicó había hecho todas las rutas del Camino
de Santiago a pie, que tenía varios diplomas compostelanos, y que esa vez
pensaba ir caminando ida y vuelta.
También
los nicas conquistamos el mundo, recuerdo que pensé al hablar con él, resignándome a que yo no era tan único entre
los nicas.
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